El San Juan de los Niños
- silkehorn
- 20 jun
- 2 Min. de lectura

Hace una semana vivimos una tarde mágica. Organizamos el San Juan para los niños del colegio de mi hijo mayor. Invitamos a sus compañeritos, algunos primitos y amiguitos cercanos. Alrededor de 40 niños corriendo, riendo, jugando. Hubo toro candil, pelota tata y otras tantas tradiciones que hicieron que por unas horas nos olvidáramos de todo para simplemente vivir el presente.
Pero si bien todo salió precioso, lo que más me dejó pensando no fue el evento en sí, sino algo más profundo: cómo lo viví yo.
Durante mucho tiempo, cada vez que debía organizar algo, me invadía la ansiedad. Me enfocaba tanto en el resultado final que me olvidaba de lo más valioso: el camino. Todo era preocupación, corrección, control. Me exigía demasiado, y sin querer también contagiaba esa tensión a quienes estaban a mi alrededor.
Esta vez fue distinto. Por primera vez, realmente disfruté de cada parte del proceso. Preparar los juegos, pensar en los detalles, coordinar con quienes me ayudaron… todo fue parte de una danza que viví con alegría y calma. No fue perfecto, pero fue pleno. Y eso marcó la diferencia.
Y como si esa energía se contagiara, muchas personas se sintieron motivadas a sumarse. Se respiraba entusiasmo, buena onda. Incluso personas que uno suele ver más apagadas o serias, estaban felices, con ganas de colaborar. Fue como si ese pequeño evento, simple para algunos, encendiera una chispa colectiva.
Durante la semana previa hubo alegría en el aire. Y en los días posteriores, también. Todos seguían hablando de lo vivido. Comentarios, risas, recuerdos. Esos momentos siguieron resonando, dejando una estela de satisfacción.
Ahí entendí que no se trata solo de lo que uno hace, sino de cómo lo hace. Cuando se hace con amor, con presencia y con alegría, todo alrededor vibra distinto. Y lo que parecía pequeño, se vuelve grande.
A mi esposo: Gracias por haber sembrado en nosotros esta idea y hacerla realidad.
Comments