30 semanas: Entre el amor y la espera
- silkehorn
- 9 feb
- 5 Min. de lectura

Hoy cumplo 30 semanas de embarazo, la tercera oportunidad que el Universo me ha dado para dar vida. Martina ya se hace sentir en nuestras vidas, trayendo consigo una historia única, como cada embarazo, con desafíos que a menudo permanecen invisibles.
Pocos meses antes de concebirla, me diagnosticaron una rara alteración en la glucosa en ayunas. Por primera vez, la palabra "diabetes" resonó en mí, a pesar de no tener antecedentes ni factores de riesgo evidentes. Siguieron estudios y consultas con especialistas, pero nadie logró explicarlo del todo: mis niveles solo se alteraban por las mañanas y luego se normalizaban. Aunque descartaron la diabetes, me recomendaron ajustar mi alimentación.
Con el visto bueno médico, llegó el embarazo. Sin embargo, mis controles reflejaban valores elevados y, por precaución, me diagnosticaron diabetes gestacional. Recuerdo el día en que llevé un glucómetro a casa; lloré con culpa, preguntándome si había sido irresponsable al buscar otro bebé. Desde entonces, mi vida giró en torno a números. El glucómetro y yo nos convertimos en inseparables enemigos: cada medición era un recordatorio de lo que no quería ver.
En los controles siguientes, me recomendaron una dosis mínima de medicación para ayudar a mi organismo a enfrentar esta "extraña condición". Al principio, me resistí. Nunca había dependido de ningún medicamento, y la idea me resultaba difícil de aceptar. Pero esta vez no solo se trataba de mi salud, sino también de la de mi bebé. Debía tomar las riendas de la situación con valentía.
Para mi sorpresa, la medicación surtió el efecto esperado, y con esa tranquilidad comencé a disfrutar más de mi embarazo. Aun así, el miedo nunca desapareció del todo. Ese temor silencioso que acompaña a todas las madres seguía ahí, junto con la ansiedad antes de cada control, esperando escuchar esas palabras que lo significaban todo: "Todo marcha bien."
En la vida, todo ocurre por una razón, y esta experiencia no fue la excepción. Aprendí a valorar un desayuno nutritivo y a disfrutar el simple placer de una ensalada fresca. Pero, más allá de la alimentación, entendí que el verdadero problema iba mucho más profundo: mi salud mental estaba desgastada. La falta de descanso y una vida dominada por la ansiedad inevitablemente comenzaron a reflejarse en mi cuerpo. Era un llamado de atención, una señal clara de que necesitaba hacer cambios urgentes, no solo en mi rutina, sino también en mi mente.
Y fue entonces cuando todo cobró sentido. Esta experiencia marcó un antes y un después: me impulsó a escribir, a soltar todo lo que llevaba dentro, y así nació este blog. Lo que comenzó como un refugio personal se convirtió en una fuente de bienestar y, sin darme cuenta, en una inspiración para otros.
Pero cuando todo parecía haber mejorado, Martina tenía otra sorpresa para nosotros. Una extraña sensación me llevó al baño, y entonces la vi: la temida mancha roja. En ese instante, lo único que hice fue tomar el teléfono y llamar a mi médico.
Mientras me dirigía al consultorio, solo podía repetir una y otra vez en mi mente: "Señor, que se haga tu voluntad. De alguna forma, aceptaré lo que tenga que ser." Por primera vez, sentí un miedo real, el presentimiento de que podía perderla.
En el auto, mis dos hijos viajaban en el asiento trasero, ajenos a mi angustia. Como aún no les habíamos contado que serían hermanos mayores, no entendían lo que estaba pasando. Papá los tranquilizaba con una suave mentira: "Mamá no se siente muy bien, su doctor la tiene que ver."
El rostro de preocupación de mi médico al verme llegar solo aumentó mi angustia. Él no habló mucho, solo procedió con su evaluación. Un desprendimiento considerable.
Pero el corazón de Martina seguía latiendo con fuerza. Ella quiso quedarse.
Aún no sabíamos que sería una niña, pero en ese instante comprendí que su llegada marcaría un cambio especial en nuestras vidas. A partir de ahí, el reposo y la medicación se convirtieron en parte de mi rutina diaria.
Y, una vez más, como todo en la vida ocurre por una razón, esto también tuvo su propósito. Me obligó a bajar el ritmo, a vivir más lento y, en consecuencia, a disfrutar verdaderamente mis días. Comencé a notar esos pequeños detalles que tantas veces pasan desapercibidos.
Mis hijos redescubrieron el placer de jugar conmigo sin prisas: armar bloques, pintar, leer juntos… Momentos simples que, en medio del ajetreo diario, a menudo quedaban relegados o no se vivían con la calma que realmente merecían.
Los controles posteriores fueron exitosos, todo iba mejorando. Y cada vez que veíamos sus movimientos y escuchábamos los latidos de ese pequeño ser, elevaba una plegaria al cielo en agradecimiento, con la promesa de ser la mejor madre que nuestra bebé merecía. El momento crucial del embarazo llegó cuando nos enteramos de que sería una niña. Siendo sincera, no me sentí preparada para recibir esa noticia. Con dos hijos varones, algo dentro de mí me hacía pensar que mi vida no podía cambiar tanto. Pero ahora debía abrirme a algo completamente distinto, un camino desconocido para mí, aunque en el fondo de mi corazón sabía que sería maravilloso. Me quedé atónita por un tiempo, necesité varios días para asimilarlo… y, a decir verdad, ni siquiera sabía por qué.
Hasta que un día creí encontrar la respuesta. Para muchos podría parecer absurda, pero para mí tenía todo el sentido del mundo.
De niña, tenía una amiga imaginaria a la que llamé Verónica, o tal vez fue ella quien eligió su nombre. Verónica me acompañó durante toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia, hasta que un día desapareció. Se fue justo cuando perdí la magia de la niñez, cuando permití que mis inseguridades y temores se apoderaran de mí. Cuando dejé de disfrutar el presente para vivir preocupada por el futuro, por situaciones que quizás nunca llegarían a ocurrir.
Nunca volví a sentirla.
Siempre guardé la esperanza de que Verónica regresara, de poder contarle en qué me había convertido, mostrarle la maravillosa familia que formé y demostrarle lo feliz que se puede ser cuando el amor es lo único que realmente importa.
Y entonces lo entendí.
Yo no me había dado cuenta, pero hace 30 semanas Verónica regresó a mi vida. Esta vez llegó convertida en una hermosa bebé, una luz que iluminará mi camino. Ella me enseñará a dejar atrás prejuicios y miedos, a exteriorizar toda mi fortaleza. Y, sobre todo, a comprender que todo, absolutamente todo en la vida ocurre por una razón. Solo hay que saber ver la magia oculta.
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