Condorito y una nueva enseñanza
- silkehorn
- hace 6 días
- 2 Min. de lectura

Las personas de mi edad —e incluso mayores— recuerdan con picardía y cierta nostalgia las incontables ediciones de las revistas de chistes Condorito. En aquellos tiempos, cuando no existía la avalancha de opciones de entretenimiento que tenemos hoy, pasábamos largos ratos disfrutando de esas historias simples, pero tremendamente graciosas.
A mí me gustaban mucho, pero a mi esposo le fascinaban. Tanto, que aún conserva una gran colección de ejemplares. Hace un tiempo, nuestros hijos las encontraron. Y aunque todavía no saben leer, no pierden oportunidad de hojearlas y dejar volar su imaginación, tratando de descifrar las aventuras que esconden esos dibujos tan expresivos.
Fue en ese momento que entendí algo que muchas veces olvidamos: los hijos observan, imitan, absorben. Siguen nuestros pasos incluso cuando no lo notamos. Aquellas revistas que nos sacaban carcajadas en la infancia, hoy despiertan su curiosidad. Y ahí están, como un puente invisible entre generaciones, mostrándome cuán importante es lo que dejamos como huella.
Porque este no es un texto sobre Condorito. Es un recordatorio, disfrazado de anécdota, de que los hijos crecen mirando. Que nuestras acciones diarias, van construyendo su mundo. Que más allá de lo que enseñamos, es lo que vivimos lo que verdaderamente deja marca.
Y también es un homenaje a las pequeñas cosas. A eso que parece insignificante, pero guarda el poder de conectar almas. A veces lo más maravilloso no es grandioso ni complejo, sino tan simple como una revista olvidada que vuelve a tener vida en otras manos.
Por eso, cuidemos nuestros pasos. Y valoremos lo simple. Porque ellos nos siguen, y porque lo más sencillo (cuando se comparte con amor) puede volverse verdaderamente mágico.
Con amor.
Silke
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