El muchacho de pelo corto
- silkehorn

- 23 oct
- 2 Min. de lectura

Nuestro hijo mayor tiene seis años. Seis años que, aunque parezcan pocos, están llenos de cambios que llegaron sin previo aviso. En mi ingenuidad como madre, creí que esas transformaciones llegarían más adelante, que todavía faltaba para enfrentar ciertas conversaciones, ciertos conflictos internos. Pero no. La vida, una vez más, me recordó que los hijos no siguen nuestro calendario.
Hace poco vivimos algo aparentemente simple, pero que me dejó pensando por días. Mi hijo siempre llevó el pelo corto, al estilo de su papá. Le quedaba bien, era práctico, y además nos ahorraba la lucha diaria contra la arena, el sudor y los enredos. Pero este mes, cuando tocaba el corte, se negó. Quería dejarse el pelo largo.
Intenté explicarle que el pelo largo requiere más cuidado, que es más fácil mantenerlo corto. Después de varios intentos de persuasión, finalmente aceptó cortárselo como siempre. Al día siguiente fue a la escuela, y cuando volvió, me dijo con tristeza que le daba vergüenza tener el pelo corto, porque todos los demás lo tenían largo.
Y ahí me detuve. Entendí que estaba empezando a descubrir eso que nos toca a todos en algún momento: el deseo de pertenecer, de parecerse a los demás para no sentirse diferente.
Ese día me di cuenta de la gran responsabilidad que tenemos como padres. No solo enseñarles a leer, escribir o multiplicar. No solo desear que destaquen en el deporte o saquen buenas notas. Nuestro verdadero desafío es enseñarles a sobrevivir emocionalmente en una sociedad que los empuja a dudar de sí mismos.
Tenemos que criar hijos fuertes, que se acepten, que se quieran, que no teman ser auténticos aunque eso signifique ir a contramano. Porque la sociedad puede ser cruel, y no quiero que mi hijo mida su valor en función de los demás.
Mientras lo escuchaba hablar, entendí que ese niño que hoy tengo frente a mí fui yo hace años: con mis inseguridades, mis complejos y mis miedos al qué dirán. Y quizá por eso esta etapa me toca tan hondo.
Hoy siento que comienza una nueva etapa en su vida, y también en la mía. Mi misión es recordarle cada día la importancia que tiene su vida, el valor de sus acciones, y lo hermoso que es ser uno mismo. Sé que algún día entenderá que todo esto, cada palabra, cada charla, cada corte de pelo, habrá valido la pena.



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