Padres diferentes
- silkehorn
- 1 may
- 2 Min. de lectura

Cada hijo es distinto. Y no solo por cómo es él, sino también por quiénes somos nosotros cuando llega.
Siempre supe que ningún niño es igual a otro. Cada uno tiene sus propias fortalezas, debilidades, formas de ver el mundo. Pero hubo una pregunta que me acompañó durante mucho tiempo: ¿Cómo pueden ser tan distintos dos o más niños criados en el mismo hogar, con los mismos padres?
No lo decía desde la queja, sino desde la sorpresa. Porque por mucho tiempo creí —ingenuamente— que las pautas que funcionaron con el primero, servirían para todos los que vinieran después.
Lo que no entendía era algo muy simple y, a la vez, muy profundo: sí, mis hijos son diferentes entre sí, pero también tienen padres distintos.
Porque el primer hijo llega a un hogar donde todo es nuevo. Sus padres están llenos de miedos, de dudas, de expectativas. Se esfuerzan por tener la casa en silencio para que no se despierte, por hacer todo "como se debe", por no equivocarse. A ese hijo lo acompaña una madre sensible a las opiniones ajenas, que se siente culpable si no pudo cocinar algo saludable o si un día no tuvo energía para jugar. Ese primer hijo suele ser aplicado, obediente, y también más dependiente... porque sus padres están siempre ahí, atentos, deseando protegerlo de todo.
El segundo hijo, en cambio, nace en una casa donde ya hay un niño que reclama atención. Llega a unos padres con más experiencia, más certezas... pero también más cansancio. Aprende a esperar, a defender su lugar, a ser más independiente. Se forja un carácter distinto, porque debe hacerse ver entre las voces de una familia en movimiento. Pero también tiene algo invaluable: un hermano mayor que, a pesar de las peleas normales, estará ahí para cuidarlo.
Y si hay un tercer hijo, se encuentra con padres que ya han vivido mucho. Que han aprendido a elegir sus batallas. Que no sienten culpa por cargarlo en brazos todo el día o dejarlo dormir en su cama si eso lo calma. Padres que se equivocan, sí, pero que ya no dudan tanto. Que hacen malabares y, aún así, logran hacerlo todo.
Cada niño es único. Pero también lo es la versión de nosotros que lo recibe.
Por eso no hay una sola manera de criar. Porque no hay una sola manera de ser mamá o papá. Cambiamos, crecemos, aprendemos... y con cada hijo, nos volvemos un poco más nosotros mismos.
Comments